Buceadores en mi mare tenebrosum

domingo, 3 de enero de 2010

Sexta parte de mi absurdo relato

Avanzé a través del pasillo con Dana siguiéndome de cerca. Una vez llegué a mi dormitorio, me senté en la cama a descansar. Eché mi cuerpo hacia atrás y dejé que la suave brisa de la ventana que habia dejado abierta antes de salir de la habitación me relajase. Habían sido muchas esperiencias para tan poco tiempo, así que necesitaba desconectar de todo. Mi cerebro era ahora como una sala de fiestas repleta de gente, y todas y cada una de las personas intentaba gritar más alto que la anterior. Esos eran mis pensamientos, intentando destacar, intentando reinar en mi mente. Y esto me causaba un enorme mareo.
Traté de dejar la mente en blanco. Traté de silenciar cada una de las voces que sonaban en mi cerebro, o, en otras palabras, intenté desalojar la enorme sala de fiestas que era mi mente.
Pero comprendí que, lo mejor para desalojar un tumulto, era el agua. Así que ya me relajaría en el agua. Miré a las verdes praderas, con su mágico brillo causado por el reflejo de los los cabellos de la luna. No era, a pesar de la cálida brisa, una noche especialmente calurosa. No sabía si la piscina era una buena opción.
Tal vez un maravilloso de agua bien caliente con mucha espuma era lo que necesitaba.
Encender un par de velas que alumbren levement la sala y que llenen la atmósfera de la habitación con su dulce fragancia. Sentir como el agua corriendo por mi piel, acariciándola, amasándola, notando como relajaba cada uno de mis músculos; sentir la maravilloa presión de la esponja masajeándome, y el olor a miel que despide el gel, combinado con la sensación de dificultad de respirar el aire espesado por el vapor de agua que despide el agua ardiendo...
Notar como mi piel arde y se enrojece bajo el contacto del chorro que salía de la alcachofa y, después, simplemente reposar, dejar mi cabeza apoyada en el borde de la bañera, escuchando sólamente la música que salía del antiguo aparato de radio de mi abuela.
Me acerqué a la ventana a cerrarla. No me apetecía que ningún molesto insecto me obligase a pasar la noche en una ardua cazeria para poder dormir.
La luna brillaba alta en el cielo. El bosque parecía sacado de un cuento de hadas. Brillaba por encima con el resplandor plateado de la Reina de la Noche, pero quedaba en penumbras bajo las copas de los frondosos árboles, sólamente algún que otro plateado rayo se colaba entre las ramas entrelazadas de la vegetación.
Repentinamente me sentí como nueva. Una brisa aun más cálida que al anterior me rodeó, haciéndome estremecer.
Empecé a sentir como, poco a poco, cada una de mis células reaccionaba con esta brisa, como sentía cada una de ellas captaba el fresco olor de los enormes pinos, la esencia de la lavanda, el romero, el orégano o la hierba buena.
Como si mis órganos rejuveneciesen, como si renaciesen, como si fuesen el bosque, desde el más pequeño de los insectos hasta el más enorme de los árboles, charcas o incluso el conjunto del bosque. Era como si me mis células se estremeciesen con cada gota de algua del arrollo al caer por un pequeño salto de agua; sentía respirar al bosque al mismo tiempo que yo; notaba como mi acorazón se acompasaba con el sonido de las pisadas rítmicas del cerdo vietnamita de mi abuela, que correteaba alrededor de la casa... Sentía como si la naturaleza y yo fuésemos una, y como la mayoría de mis pensamientos fuesen sujetos por las raíces de los árboles que ahora respiraban conmigo.
Comprendí que necesitaba la naturaleza. Me llamaba, me relajaba. La piscina, al aire libre, sería mi mejor opción. Además, lo mejor para evadirme, para expandir mi mente, era mantener la cabeza debajo del agua. Y en eso la bañera me suponía una limitación.
Así que, volviendo a mi primera opción, abrí el armario y saque el bikini, poniéndomelo sobre mi ahora hipersensible piel, que era capaz de percibir harsta la más mínima variación en la intentsidad, dirección o sentido del viento.
Cogí mi albornoz también, metiendo el movil en su bolsillo. Quería llamar a mi familia y a mis amigos para que no se preocupasen por mí. Así que pasé por la cocina para salir por la cristalera para llegar al patio trasero, y encontré a mi abuela comiendo una manzana.
- Me voy a bañar. Pero, la verdad, no sé para que te has gastado el dinero en construir una piscina. Si sabes que nunca he tenido problemas para bañarme en esa curva tan ancha que hace el arrollo.
- Pero sabes que nunca me ha gustado que lo hagas. Los ciervos y los demás animales beben ahí, y no es plan que te contagies de alguna enfermedad.
- Pero da igual, ¿no? Se supone que no me contagiaré de ninguna enfermedad porque la Diosa me protege, y si no tu me curarás, ¿no es cierto? -no pretendía ser sarcástica, pero me sale solo. Por desgracia para mí, mi abuela no parecía estar molesta por mi sarcasmo. Y digo por desgracia porque eso significaba que mi abuela iba a cerrarme la bocaza de una sola explicación y sin anestesia.
- Pues verás, querida. Todo el terreno tiene algunos hechizos de protección, haciendo que todo organismo natural vivo no humano que entre tenga una anormal resistencia física y mental. Eso incluye a los virus. Por lo tanto un virus o una bacteria de un animal, como organismo vivo, aumentaría su resistencia y, por lo tanto, entraría en el cuerpo humano infectándolo más virulentamente, haciendo que las Hijas de la Diosa, con nuestra sobrenatural resistencia a las enfermedades, enfermásemos como si ni el virus ni nosotras hubiesemos sido modificados.
- Oh -fue lo único que se me ocurrió decir. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en la cara de mi abuela. Si había algo que le gustaba a ella era quedar por encima de los demás. Era su gran defecto. Así que me vi obligada a distraer la atención del hecho de que tuviese más razón que una santa la mayoría de las veces.- Oye, abuela, ¿y para que es necesaria esta protección de la finca?
- Pues primeramente para evitar la caza furtiva, incendios forestales... Y después como protección al mal.
La sombría expresión que su cara adoptó cuando estas palabras se abrieron paso entre sus finos labios me inquietó hasta el punto de provocarme un inmenso escalofrío.
- ¿El mal, abuela?
Mi abuela separó su vista, que había estado perdida a través de la ventana y la clavó en mi, como si no hubiese sido consciente de todo lo que había dicho después de mi interjección tras su explicación sobre el por qué no podía bañarme en riachuelo. Agitó la cabeza rápidamente y sonrió, eliminando totalmente de su cara la profunda expresión de preocupaciónde su cara, salvo por la chispa de temor que fui capaz de reconocer, camuflada en el centro de su pupila por sus hoyuelos en las mejillas.
- Tranquila, por el momento no tienes que preocuparte por ello. ¿No ibas a darte un baño? Ve, anda, y llama a todos los que te han llamado. Y, cuando llegues a la piscina, no toques ni los cuarzos blancos de alrededor ni el cuarzo rosa que hay en el fondo de la piscina.
- ¿Y eso por qué abuela?
- Los cuarzos blancos están cargados con una energía que impide que los animales se acerquen, el rosa purifica el agua; no hace falta ni cloro ni depuradora.
- Joder con las Hijas de la Diosa, sois peores que MacGyver -dije divertida.
- Esa lengua señorita.
- Lo siento abuela.
Salí y, justo en el momento en que mi abuela salía de mi campo de visión, distinguí como se dibujaba en sus labios una sonrisa de esas que te contienes hasta que puedes por fin dejarla escapar.
Atravesé la cristalera y seguí el sendero, sobrepasando el estanque y dejando atrás el camino flanqueado por los flutales, para seguir el camino de grava hasta la bifurcación, donde, ignorando el camino que iba hacia el bosque, los establos , la sierra yel camino principal, cogí al que iba a la piscina y al pequeño huerto.
La piscina estaba en la cima de una colina, lo que hacía que tuviese unas vistas espectaculares: este y noroeste tenía la larga estensión de los bosques de mi abuela, donde destacaba un bonito roble; al sur estaba el paseo de los frutales y los huertos y jardines de mi abuela; al este, se estendían las llanuras de hierba donde los ganados de mi abuela pastaban con libertad, los caballos y yeguas corrían y, de vez en cuando, se veían a los animales salvajes corretear. Al norte, una bonita charca, donde de vez en cuando se veían a los animales beber y a los ánades nadar tranquilamente. Mi abuela se había encargado de que su dinero quedase bien invertido en una propiedad en la que, además, no había escatimadoen gastos.
Apagué la linterna que había utilizado para llegar allí sin caerme, porque no había puesto iluminación hasta allí. Sólamente en el jardín trasero y delantero, en el primero hasta la pared formada por los futales y en el primero hasta la verja.
La piscina, tal y como dijo mi abuela, estaba rodeada por cristales de cuarzo blanco del tamaño de una pelota de balonmano, formando un círculo, y separados entre sí por, más o menos, medio metro de separación. Nada más la rodeaba, lo que daba una extraña imagen, pues daba la sensación de que cualquier animal podría beber de allí. Supongo que mi abuela podría algun tipo de verja para disimular, porque, si en 22 años yo que me pasaba media vida con ella no me había dado cuenta de que tenía poderes sobrenaturales (más allá de leerme la mente) y era suma sacerdotisa de una religión olvidada, no creo que tenga dificultades para escondérselo a cualquiera.
A uno de los lados había una mesa de piedra con banquetas de madera para hacer comidas al lado del agua. A los tres restantes la mullida hierba invitaba a tumbarse con una toalla.
Me quité el albornoz y lo estendí sobre la hierba a uno de los costados de la piscina. Me senté en el borde, dejando que mis pies y mis piernas fueran bañadas por las frías aguas y las moví rítmicamente, hasta que mis talones pegaban conra los pequeños azulejos azul claro de gresite que cubrían toda la piscina, salvo una partre del fondo, cuyos azulejos eran negros y dibuaban un arabesco, en cuyo centro pude ditinguir a pesar de la ocuridad y de las oscilaciones del agua, un bonito cristal de cuarzo rosa que brillaba con la luz de la luna que se filtraba a través del agua y enviaba destellos alrededor.
Encendí el teléfono movil y, tras medio minuto, 33 sms saturaron mi bandeja de entrada. Seis de ellos eran llamadas perdidas de mi madre, tres llamadas de mi padre, otras tres de mis abuelos desde Grecia, cinco de mi amiga Irene, tres de Ruth, dos de David, cuatro de mis amigos de la carrera y familiares, y lo demás eran mensajes de texto de la novia de David, de un tres de familiares y otros tres de amigos.
Mi padre es griego. De él heredé mis piel canela, y de mi abuela paterna mis ojos color caramelo. Mi abuelo era un magnate del mundo editorial. Su hijo estudió filología hispánica, y allí conoció a mi madre. Desde que terminó la carrera vivía en España con su mujer, encargándose de llevar la editorial conjuntamente con su padre. Su abuela, por su parte, era una mujer de su familia cristiana ortodoxa y chapada a la antigua. Pero es un amor, y la quiero con locura.
Respondí a todos y cada uno de los sms y después llamé a mi madre. Estaba histérica. Me sometió a un profundo interrogatorio acerca de que me había pasado, que tal estaba, que había hecho mi abuela para curarme y mil y una preguntas más, algunas de ellas orientadas, según me di cuenta a saber si había averiguado algo acerca de la naturaleza de mi abuela. Por supuesto, intenté ser lo suficientemente cauta para que no llegase a saber todo lo que había llegado a comprender en esas últimas 24 horas. Pero con mi madre nunca se sabía. Era tan tremendamente perceptiva como su abuela. Ojala heredase pronto la característica familiar, porque, desde mi abuela hasta mi amiga Ruth, la mayoría de las personas de mi alrededor era terriblemente perceptivas.
Cuando mi madre terminó su sesión de interrogatorio, me pasó a mi padre. Su voz profunda y su aun marcado acento me hicieron sentirme arropada. Era una de las personas más cariñosas que me había encontrado en mi vida. A pesar de trabajar mucho, nunca notaba su ausencia, porque me llamaba por teléfono, se escapaba entre las reuniones y a las horas de las comidas para verme... Era el mejor padre del mundo.
Me preguntó acerca de como me encontraba y me felicitó. Después volvió a pasarle el teléfono a mi madre porque, con tantas preguntas se había olvidado de el motivo inicial de la llamada.
Cuando colgué llamé a mis abuelos. Después de un rato de conversación en fluido griego llamé a los demás. Cuando terminé volví a apagar el movil. Lo había revisado tres veces y nada, el no me había llamado.
Evitando la tentación de pensar en él, arrojé el movil sobre el albornoz y me sumergíe en el agua. A pesar de que las piernas ya estaban aclimatadas, el resto de mi cuerpo no, lo que provocó que empezara a convulsionarme en débiles pero molestos escalofríos. En mi cara se sucedían muecas que hubieran resultado de lo más cómicas a cualquiera que me viese. Intentando luchar contra el frío, comencé a nadar. La piscina no era demasiado grande, pero si lo suficiente. Unos diez metros de largo y cuatro de ancho.
Cuando sintí que mi cuerpo ya estaba más o menos acostumbrado, empecé a hacer lo que más me gustaba: bucear.
Dejé mi cuerpo totalmente bajo el agua, notando como mis cabellos se movían libre y lentamente, como una aureola de luz alrededor de mi cabeza. Poco a poco dejé de sentirme y empecé a sentir. El agua borraba las líneas de mi cuerpo, hacíendo que solamente fuese una parte más de agua, expandiéndome y expandiendo mi mente.
Notaba de nuevo como cada pensamiento se dispersaba en el agua, porque el agua y yo éramos uno, y por tanto, había crecido.
Todos los males se iban lavando, purificándose, cayendo detrás de mí con cada nuevo impulso de mis piernas y mis brazos.
Ahora sólo estaba yo, vacía, sin pensamientos. Sólo era un alma, pura, despreocupada; una personalidad carente de preocupaciones, deseos, bojetivos y convicciones.
Era un cerebro, una mente, un alma más allá de lo animal, de lo humano, de lo vegetal. No sabía por que me pasaba eso bajo el agua. ¿Tal vez la falta de oxígeno? ¿Quizá la sensación térmica? ¿El volver al estado primigeneo del elemento dominante en mí en un 70%? ¿O simplemente el sentirme arropada y cubierta por todas partes, a salvo de los males que se me presentaban en el exterior?
Pero ahora tenía otra posibilidad. Tal vezera que en el agua me sentía dentro del influjo de aquella diosa que, según mi abuela, podría rendir culto como sacerdotisa y después como suma sacerdotisa (o como había dicho ella, "matriarca"). Tal vez sentía como la Diosa me llamaba y me protegía en el elemento del agua. Según decían los cuentos, el agua y los espejos eran portales a otras dimensiones, así que, tal vez, el agua era un lugar a medio camino entre la diosa y el mundo real.
Pero avandoné aquellas reflexiones: ¡por Diós, habían pasado poco más de 24 horas y había pasado de ser agnóstica a convertirme en una persona que aceptaba como una verdad inherete a sí misma a una deidad perdida y casi olvidada! ¡No se había planteado que su abuela decía haber hecho una especie de mutación con los animales las plantas y los microorganismos libres de la finca para protegerlo de una realidad que había calificado de "el mal"! ¡Es que ni tan siquiera había prestado atención a "el mal" sino que habñia dejado que su abuela la despistase! ¡Y que decir de lo de las piedras! Tenía un repelente de animales y un purificador de agua dentro de un par de trozos de silicato con una estructura molecular geométrica. Y, ¿de donde había sacado esos critales tan perfectos y de ese tamaño?
Era tan ilógico. Se me habían caído los esquemas de su vida, y lo peor era que, en un tiempo asombroso, los había levantado de nuevo, pero con una nueva forma, una nueva forma que contemplaban a la Diosa y su poder como algo tan normal como la lluvia.
Me impulsé contra una de las paredes de la piscina para dar la vuelta, y entonces fue cuando me percaté: ¿desde cuando no salía a respirar? Desde que había sumergido la cabeza en el agua por primera vez. Y puede que no fuera buena midiendo el tiempo de cabeza, pero de eso había pasado por lo menos cinco minutos. La agonía me invadió, y me impulsé en el suelo de la piscina para salir a la superficie. Cuando mi cara salió abrí la boca, aspirando todo el aire que mis pulmones eran capaces de almacenar. Pero, extrañamente, no me sintí mejor, básicamente, porque, a pesar de no haberme dado cuenta, no me había sentido mal en ningún momento. Simplemente me había dejado llevar por la idea lógica de que necesitaba respirar. Pero no lo necesitaba.
Era como si el aire no fuese necesario, como si simplemente me pudiese nutrir de agua. Hice otra prueba. Me senté en el fondo de la piscina de la parte más baja, lo que me permitía hacer fuerza hacia abajo agarrándome al borde, evitando así mi flotación.
No estuve segura de cuanto tiempo había pasado, pero sí sabía algo, y es que era más de lo que un ser humano podía aguantar.
A pesar de ser algo totalmente inquietante, también era algo muy beneficioso para mí. Pues la sensación tan mágica que me producía el agua se eliminaba cuando la avandonaba, así que ahora no había necesidad de ello. Volví a bucear y dejé que, de nuevo, mi cuerpo se difuminase. Mi mente se expandió, y me sentí relajada como nunca antes. Pero sabía que había algo que me pudiese hacer sentir todavía mejor. Así que me concentré en mi alrededor y, poco a poco, tal y como me había pasado cuando me asomé a la ventana, sentí la naturaleza que había a mi alrededor como una realidad indiferente de mí misma. Y más ahora que había perdido la consciencia de mi propio cuerpo a favor del agua de la piscina.
Ahora era más que sentir el bosque en sí. Podía dibujar un mapa de él. Sentía en mí misma el aleteo de una mosca cerca del viejo roble, como la resina goteaba gota a gota de los pinos, como una tierna ramita caía de un arbol de espino y era arrastrada por la corriente de agua...
Me sentía plena. Completa y totalmente plena. Entonces vi algo que nunca había esperado ver. Vi como el cristal del fondo de la piscina emanaba luz. Pero no lo vi con los ojos, no, lo vi con la mente, con mi nueva percepción espacial.
Seguí concentrándome. Poco a poco noté también las oscilaciones en los cristales de cuarzo blanco de alrededor. Vi un pequeño aura rodeando todos y cada uno de los seres vivos hasta donde mi poder tenía alcance, y vi algun que otro aura energética más por algunos sitios de la finca. Pero lo soprendente estaba en la casa. Mi abuela brillaba como un sol en medio del universo. Su brillo era cegador, cálido y, sobre todo, poderoso, muy poderoso. Hasta ese momento no había llegado a comprender la plenitud delo que me había estado hablando mi abuela. Ahora el poder era más real que antes.
Pero en ese momento noté una pequeña oscilación en ese campo de acción que había creado a mi alrededor. Era una persona. Bajé mi sensibilidad para que pudiese ver con todos mis sentidos, y no con mi aura, y me di cuenta de que era un todo-terreno oscuro que se dirigia hacia casa de mi abuela.
A esas horas no eran normales las visitas, así que me asusté y salí de la piscina. Salté hacia el albornoz, me enganché las zapatillas y encendí el movil por si tenía que llamar a la policía (y así, ya de paso, me di cuenta de que eran las dos y media de la madrugada, lo que señalaba que había estado más de una hora con la cabeza debajo del agua), todo esto mientras corría por el sendero.
La luz del salón estaba encendida. entré por la cristalera rápidamente, pues escuchaba a alguien llorando dentro.
El corazón me golpeaba contra el pecho y la sangre en mis sienes. Cogí el palo que mi abuela había utilizado esa mañana para llamar a las serpientes, lo agarré como un bate de baseball y entré en casa, pero la escena que vi dentro era lo último que me abría imaginado.
Mi abuela abrazaba maternalmente a una chica, que, después de un par de segundos de escrutinio (más que nada porque no podía verle bien la cara, pues la tenía sumergida en el hombro de mi abuela), la reconocí como Andrea, la hija de un guardés de una finca cerca de la de mi abuela. Los veranos y y cuando iba de visita a casa de mi abuela solíamos jugar juntas de niñas, y cuando nos convertimos en adolescentes, mi abuela nos llevaba en coche hasta el pueblo para que bailásemos en alguno de los bares o en la discoteca.
Podía ser considerada una amiga.
Dejé el cayado aspoyado contra la puerta y me acerqué a ellas sin hacer ruido, aunque sabía que mi abuela habia notado mi presencia desde que estaba al lado de la puerta. Siempre lo hacía, sabía donde estaba yo y lo que estaba haciendo en todo momento. Ahora podía imaginarme por qué.
Mientras avanzaba me golpeé en la pierna con una mesita ausiliar, lo que provocó que se volcase una pequeña estatua a imitación de Apolo y Dafne de Bernini qe había encima. Andrea giró su cabeza hacia mí, dejandome ver los surcos de lágrimas que se recorrían las comisuras de sus labios y se perdían bajo su barbilla. Tras unos segundos en silencio, Andrea rápidamente se soltó de mi abuela y se tiró a mis brazos.
Yo no sabía que hacer, así que opté por abrazarla.
- Andrea, tranquila, todo está bien, relájate.
Mis torpes intentos por consolarla sólo hicieron que llorara más fuerte.
- Amelia... snif... Soy la persona más feliz de la tierra... snif... Tu abuela es un angel...
Aquello me quedó descolocada. Con su voz quebrada y débil, entre lágrima y lágrima, ¿me acababa de decir que lloraba de felicidad? ¿Que podía haber pasado para que hubiese reaccionado así? Pero sabía algo: si había nombrado "tu abuela" y "ángel" en una misma frase, sabía que la Diosa estaba de por medio.
- Amelia... Estoy embarazada.
Aquello de que me sorprendiese tan profundamente tantas veces en tan poco tiempo iba a terminar siendo perjudiciar para mi cerebro. Y es que a Andrea le habían diagnosticado esterilidad (no se que patologías extañas la provocaban, pero el caso es que el prducto de ella era ese estado), y, a pesar de haber probado todo tipo de tratamientos, no había conseguido quedarse embarazada. Miré a mi abuela. Su serenidad me contagio. Comprendí que había hecho algo, y que me lo contaría después.
Así que me limité a abrazarla, a intentar concentrarme en ese sentimiento de serenidad que me había transmitido mi abuela e intentar infundir ese sentimiento a Andrea con mi abrazo.
Por desgracia, siempre he sido mala con esa técnicas psicológicas. Eso había que dejarselo a mi amiga Ruth.
Pasaron, según comprové (pués estaba justo delante del reloj de pie de mi abuela), quince minutos hasta que ella se calmó. Se separó de mi y me miró a los ojos.
- Siento haberme comportado así. Pero es que estaba tan feliz que necesitaba agradecérselo a tu abuela, no podía esperar a mañana -se volvió hacia mi abuela y la abrazó-. Muchas gracias Megan, me has dado el regalo más grande de mi vida.
- No ha sido nada, hija, nada. Lo he hecho con todo el amor del mundo.
Mi abuela le besó la frente.
- Por cierto, ya se que nombre ponerle si es niña: Megan.
Mi abuela le sonrió y le colocó un mechon de pelo detrás de su oreja.
- Andrea, en primer lugar no tienes que hacerlo, ponle el nombre que quieras, y en segundo, van a ser varones. Van a ser los dos mellizos preciosos.
Ambas la miramos impresionadas. Andrea bajó la mano hasta su vientre plano y lo acarició con ternura.
Volvió a abrazar a mi abuela y le dio un beso en la mejilla.
- Tengo que irme. Andrés me está esperando en el coche y estará preocupado al ver que tardo.
- Que descanses, Andrea, y no te olvides de venir el martes a por tu infusión.
- No lo haré, mil gracias.
Salió por la puerta, con mi abuela tras de ella. Escuché la puerta de la calle cerrarse y un coche arrancar. En ese momento, mi abuela regresó al salón.
En todo ese tiempo, yo no había acertado a moverme del sitio. Aquello había sido demasiado.
Alejarme del agua habia vuelto mi mente igual de pequña que al principio, y ahora estaba completa y totalmente colapsada.
Los brazos de mi abuela me envolvieron y me llevaron hasta el sofá, donde me senté, o, mejor dicho, me sentó.
- ¿Estás bien? -la maternal sonrisa de mi abuela me empezó a relajar.
- Creo que si. Es solo que... ¡Oh Dios, abuela, esto es demasiado! ¡He visto el mundo con los ojos cerrados, he sentido la naturaleza dentro de mí! ¡He visto la magia palpitar dentro de cada ser de la finca, dentro de las piedras, dentro de tí misma! ¡Acabas de curarle la esterilidad a una mujer! ¡Abuela, no puedo más!
- Descansa -me abrazó fuertemente, y si que noté en su caso como me transmitía serenidad por cada uno de los poros de su piel. Respiré, cada vez más lentamente, mientras ocultaba mi cara en su hombro-. Ya pasó, tranquila. Estoy aquí. Estoy aquí.
Noté mis ojos bañados de nuevo por las lágrimas. Poco a poco, todo fue remitiendo.
- Mi niña, has recibido un don. Podrás ayudar con el a lo demás. Pero, si no quieres, simplemente podrás olvidarlo. Hay hermanas que se salieron de los senderos de la Diosa y contuvieron sus propios poderes. Ahora es normal. Tu cuerpo se está adaptando a tenerlos de nuevo. Pero tranquila, en cuanto salgas de este lugar todo pasará. Tus poderes volverán a la normalidad.
Respiré, asimilando poco a poco las palabras de mi abuela.
- ¿Por qué?
- Primero porque después de tres días los poderes de una aprendiza vuelven a la normalidad, segundo porque ese terreno está consagrado a la Diosa y, por lo tanto, su presencia se hace más latente, y esto provoca que los poderes de sus hijas se vean incrementados. Por último, porque en la naturaleza los dones se desarrollan mejor, mientras que en las ciudades es algo más dificil.
Me relajé con este hecho. Baje mi cabeza, hasta posicionarla en el regazo de mi abuela, acostando mi cuerpo en el sofá. Ella empezó a acariciar mi pelo, mientras que yo comenzaba a hacerme un ovillo: se habia levantado aire frío y yo estaba mojada y cubierta únicamente con un albornoz.
Mi abuela se levantí, cerro la cristalera y me puso una manta que había sobre el respaldo del sillón sobre mi cuerpo, volviendo seguidamente a colocar su cabeza sobre sus piernas y a acariciar mi pelo.
- Abuela, a Andrea... ¿la has curado, verdad?
- Creí que estaba claro. Si. Se lo merecía. Es una mujer buena, y su marido y ella querían un niño. Intentaron apuntarse a las listas de adopción, pero no tenían el dinero necesario. Así que la Diosa las asistió. Unas cuantas infusiones y un poco de energía natural, y no me costó nada romper el flujo de energía negativa que tenía.
- Curiosa manera de designar una patología.
- Es que es lo que veo cuando entro en el plano astral, plano en el que, por cierto, creo que has entrado.
- Era en ese en el que sólo veía energía.
- Si. Por cierto, ¿hasta dónde veías?
- Hasta casi las puertas de la finca.
- ¿Tanto? Tienes mucho potencial, pequeña. Si decidieras unirte...
- Abuela, para, que parece que estoy en un mitin.
- Lo siento, querida.
- Por cierto, abuela, ¿por qué no me dijiste que podía respirar debajo del agua?
Mi abuela se levantó tan rápido que casi me tira del sofá. La miré a los ojos y tenía una mezcla de sorpresa y miedo en ellos. Supe que aquello no era bueno.
- ¡¡¡¿Que puedes hacer qué?!!!


LO SIENTO MUCHÍSIMO. Me he pasado, lo sé, acabo de darme cuenta. Os quiere:
DCAC

2 comentarios:

  1. aisss rato pero rato qe me tirao leiendo, te encanta escribir ehh me dao cuenta jeje,, me encanta verte escribir tanto eres mi idolo ojala yo pudiese escribir contanta soltura , pero es tarea tuya , gracias por tus palabras corazon ya e vuelto y espero qe te comente siempre un besote niño TQ un monton

    PD : tienes facebook o tuenti??

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  2. ¡Actualiza! ^^

    Que sepas que eres un amor. Personas como tú necesita el mundo. Gracias por estar ahí.

    Te quiere muchísimo,
    tu primita :)

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