Buceadores en mi mare tenebrosum

domingo, 13 de septiembre de 2009

Quinta parte de mi absurdo relato

Hola queridos amigos todos. Muchas gracias por el apoyo que me habéis mostrado desde el principio, y gracias especialmente a los que me habéis apoyado con mi entrada anterior. Gracias a Hollie, Agustín, Gildardo, Elena, Mara, Caperu y Arual. Gracias de corazón.
En cuanto a mí, no os preocupeis, ya estoy mejor. Os dije que el mejor bálsamo es escribir y leer Romeo y Julieta, ¿verdad? Pues me equivoqué. El mejor bálsamo es contar con personas tan maravillosas como vosotros. Os quiero mucho, espero que lo sepais.
Y también espero que sepais que si me necesitais me tenéis aquí para lo que sea, cuando sea y cuantas veces haga falta.
En cuanto a mi, ya estoy mejor. Al día siguiente de publicar me sorprendieron unas reacciones muy raras, como si me clavaran un cuchillo bajo el esternón, pero no dolía, solo me obligaban a curvarme, se me paraba la respiración durante un segundo y sentía una nausea y una pena infinita. Pero me pasó a los dos días. Ahora estoy bastante recuperado.
Bueno, dejo de hablar de mi para empezar a hablar de Amelia. Aquí teneis la quinta parte. Espero que os guste.



Cuando me desperté todo estaba a oscuras. Dana seguía sobre mis pies, y la jaqueca dentro de mi cabeza. Miré hacia la ventana para hacerme una idea de la hora que era, pero mi abuela había corrido las gruesísimas cortinas de terciopelo que utilizaba a modo de persianas. No me apetecía levantarme, así que opté por dar vueltas en la cama.
A pesar del efecto sedante de la cápsula, no había dormido en condiciones. Mis sueños habían sido muy turbulentos: una Dana de 8 metros persiguiéndome e intentando devorarme. Después, me caí, y cuando me di cuenta, se acercaba a mi con su enorme boca abierta, y me quedé con la mirada fija en su enorme ojo color oro, que se convirtió en un resplandeciente sol. Miré a mi alrededor, y me encontraba en una especie de jardín rodeado por una linde de piedra de tres metros de altura. Miré hacia delante y vi la pared de un claustro. No había duda, era un convento. Pero tenía un jardín mucho más grande que los que había visto hasta ese momento en otros conventos. Entonces me empecé a fijar en unos detalles que hasta ese momento habían estado difuminados por la etereicidad propia de los sueños. Por la naturaleza de las plantas (que, por cierto, nunca me habían interesado lo más mínimo y aun así conocía sus nombres como por intervención divina) debía estar en un lugar en el norte de Inglaterra, Escocia, Gales o Irlanda. Lo sabía, simplemente lo sabía. Las especies sugerían que estaba en una mezcla de jardín y huerto. Plantas comestibles, espigas de cereal, flores y 12 árboles.
Las imágenes se aclararon un poco más, y entonces vi a varias decenas de mujeres de todas las edades que atravesaban el patio con cara de felicidad. Desde niñas de no más de 10 años hasta ancianas de edad inidentificables, mujeres embarazadas u otras con bebes de hasta dos o tres años en los brazos, pero no se veía rastro de ninguna niña de entre los 3 y los 10. Todas iban vestidas con una túnica blanca, y bordada sobre el pecho en negro la silueta de un árbol, habiendo un cierto número que se repetía sin que ningún parámetro pudiese clasificarlo. Cada una fue a un determinado lugar y se pusieron a trabajar en el jardín, mientras las más pequeñas gateaban o correteaban bajo la atenta vigilancia de las más ancianas o de las embarazadas.
Me quedé observando la escena, y sentí que ese no era un sueño normal. Miré hacia el cielo; el sol se había ocultado, y ahora estaba encapotado y uniforme, como si se tratase de un perlado tapiz que alguna extraña divinidad había tejido con esmero usando hilo de bruma, haciendo que el cielo luciera como un hermoso traje, y que la tierra bajo su influjo pareciera rescatada de un cuento de hadas. Podía sentir la humedad a mi alrededor. Veía claramente cada detalle, cada matiz de luz en la escena, cada minúscula gota de sudor escurriéndose de las frentes de las extrañas monjas. Podía captar el aroma de las plantas, el de la humedad de la tierra, el del mar, que supuse que estaba cerca... Era demasiado real. Comenzó a llover, y sentí como la fría lluvia me calaba los huesos y se clavaba sobre mi piel como si de afiladas saetas de hada se tratasen. Corrí a refugiarme dentro del claustro junto con las niñas hasta 12 años, las madres con sus bebés, las embarazadas y las ancianas. Las demás parecían no inmutarse por el aguacero que les estaba cayendo encima.
Estaba calada hasta los huesos, y su ropa se le pegaba al cuerpo. Entonces se fijó en que llevaba puesta una túnica idéntica a las que vestían las demás, y que su bordado negro era un sauce llorón.
Entonces fue cuando desperté.
Seguí dando vueltas en la cama hasta que noté la almohada húmeda. Me toqué el pelo y noté que estaba mojado. Estaba segura de que no era sudor, pues olía fresco, como a hierbabuena. Aquello me sacó de mis casillas. De nuevo el histerismo me invadió.
Me levanté y abrí los gruesos cortinajes. Debían ser las diez de la noche. Había dormido durante todo el día. Recordé todo lo que había pasado, de lo que me había enterado, y me sentí terriblemente mareada. Me senté en la mecedora, y noté un pinchazo en el pecho y cómo me costaba respirar. Me tiré sobre la papelera que había al lado del escritorio de madera de caoba y vacié con premura los papeles arrugados que contenía la pequeña bolsa de plástico que usaba para tirar la basura. Empecé a respirar dentro de ella y, poco a poco, fue recobrando la calma. Volví a sentarme en la mecedora, y apoyé mi cabeza contra el mimbre. El suave bamboleo consiguió calmarme. En 24 horas había vivido más experiencias que a lo largo de toda mi vida. Desde mi primer día de cole hasta la primera vez que hice el amor, ninguna de las experiencias vividas hasta entonces me había causado emociones tan fuertes como las que me había causado el saber que procedía de una estirpe femenina milenaria encargada de adorar a la madre tierra y que para ello tenía una serie de poderes y responsabilidades. Sólo de pensarlo notaba un agudo pinchazo en el pecho. Intenté respirar tranquilamente y dejar la mente en blanco.
Mi estómago rugió de hambre. Llevaba desde la mañana del día anterior con una tostada y un par de sorbos de té negro. Mi estómago volvió a lanzar un rugido, como para que me asustara y fuera corriendo entre los brazos de mi abuela, como cuando era pequeña y escuchaba ruido en el jardín cuando era de noche.
Pero no quería enfrentarme a mi abuela tan pronto. Ahora mi abuela ya no era mi abuela. No tenía claro en que momento había cambiado mi concepción de ella, pero no era capaz de mirarla con los mismos ojos con que lo hacía antes. Antes era mi amantísima mejor amiga, la que regañaba a mi madre cuando esta me reñía sin motivo o se pasaba con un castigo, la mujer omnipotente que tenía consejos y soluciones para todos, la dama inteligente que siempre lo sabía todo de mi, una amiga a quien contarle todos mis secretos, alguien a quien preguntarle lo que quisiera con naturalidad y sin necesidad de pasar vergüenza, un modelo a seguir. Pero ahora no era nada de eso: la veía como una cruel y astuta bruja que me había tenido engañada para convertirme en su esclava, para robarme mi vida y ponerla a los pies de una vieja divinidad de la que nunca le habían hablado. La había engañado y ahora había vendido su vida. La habían traicionado.
Sentí como Dana se subía a mis piernas y frotaba su cabeza contra mi mano, que descansaba en el reposa brazos de mi asiento. Acepté s petición y comencé a acariciar toda la extensión de su espalda y su lomo, y haciéndole cosquillas tras las orejas. La miré, y ella clavó sus ojos dorados en mis ojos color caramelo (herencia de mi padre), y noté como se sumergía en mis pensamientos tal y como lo hacía mi abuela. Y noté como la presencia de la gata invadiendo mis pensamientos hacía tambalearse peligrosamente la estructura de malos pensamientos que había creado, que habían formado una estructura parecida a un castillo de naipes, cuyas juntas estaban hechas de un negro humo creado de la reacción desencadenada por mi inseguridad. ¿Cómo podía estar permitiendo que por los hechos de un día estuviese castigando la memoria de mi abuela? Desterré los malos pensamientos sobre ella al abismo del olvido. El castillo de naipes no era más que la fachada de la verdadera construcción, creada por enormes sillares de la piedra más dura que existe: el cariño.
Me levanté sin soltar a Dana, que acomodé en un brazo mientras seguía acariciándola con el otro. Sin encender la luz, abrí la ventana para que la habitación se ventilase. Una cálida brisa me sorprendió y me hizo estremecerme. Giré sobre mis talones, bordeé el biombo y atravesé el pasillo en dirección a la cocina. Estaba desierta, pero con la luz encendida. Eso significaba que mi abuela había salido al jardín ha hablar por teléfono, pues las gruesas paredes de la casa evitaban que los móviles tuviesen cobertura. Me limité a sentarme en una de las sillas a esperar. Sé que es egoísta, pero prefería que mi abuela me hiciese la comida, porque no tenía fuerzas para nada. Dejé a Dana en el suelo para que se acomodara en su cojín y evitar así que siguiese soportando la incomodidad de mis brazos, pero, al parecer, no le resultaron tan incómodos. Saltó ágilmente a mi regazo y volví a acariciarla mecánicamente, llevando mi mente de nuevo hacia la conversación del día anterior, intentando aceptar lo que su abuela le había dicho y mostrado.
En ese momento, ésta entró por la puerta con su móvil en la mano. Me miró con la ternura infinita que sólo ella tenía y me dio un beso en la frente.
-¿Qué tal estás, mi niña?
No supe que responder. Las dudas regresaban del olvido tan rápidamente como las había desterrado, y el castillo de naipes amenazaba con volverse a poner en pie. Pero un nuevo soplo de cordura volvió a hacer cada una de las ideas que representaban esos siniestros naipes. Esta vez fue un cálido abrazo de mi abuela,que me estrechó contra ella fuertemente, acomodando mi cabeza en la oquedad que había entre su cuello y su hombro.
-Tranquila Amelia, estoy aquí, estás en casa, con los tuyos. No te pasará nada.
Eso era lo que me preocupaba. Tener que hacer lo que se esperaba de los míos. O mejor dicho, las mías. Era demasiada responsabilidad.
Pero, por otra parte, estaba el hecho de tener la posibilidad de encontrar mi verdadero amor. Pero una duda me asaltó. ¿Quien era nadie para decirme a quien amar? ¿Acaso los seres humanos no somos libres para amar a cualquiera por nosotros mismo? ¿Tan predestinados estábamos?
Mi abuela me soltó y me miró a los ojos. Comprendió todas mis dudas, así que dejó el teléfono en la mesa, cogió una silla y se sentó a mi lado, cogiéndome ambas manos y estrechándolas entre las suyas.-Mi niña, la diosa no te obliga a nada, sólo te abre el camino.
Si, claro, pero, ¿que consecuencias había si no seguía a esa divinidad que era capaz de manifestarse tan claramente en el mundo terrenal?
Como siempre, mi abuela sabía lo que estaba pensando:
-La diosa no tomará ninguna represalia. Si no quieres consagrarte a la diosa no serías la primera. Ha habido cientos hermanas con poder que no querían seguir a la diosa, y viceversa. A estas últimas se las aceptaba también, a pesar de no haber cumplimentado la iniciación.
La miré asustada como nunca antes había estado.
-¿Qué iniciación?
De nuevo su risa inundó la cocina, y sentí como si su risa fuese una bocanada de aire cálido y puro cuando estás en una fría y oscura ciénaga, consiguiendo derribar y esta vez destruir los naipes que se habían formado contra ella.
-Mi niña, tranquilízate de una vez. Me estás recordando a cuando tenías 5 años y te asaltaban las pesadillas. La iniciación se compone de un simple hecho: encontrar el amor verdadero.
De nuevo con aquel cuento del amor verdadero y el alma gemela. Y de nuevo todas mis reticencias salieron a la luz. Y de nuevo mi abuela se dio cuenta. Aquello, a pesar de lo nuevo, empezaba a ser monótono.
-Comprendo que te asuste y te inquiete mi niña, pero no debes tener miedo.
-No tengo miedo abuela, sólo que no me gusta esa visión del amor como algo totalmente predeterminado.
-Amelia -me explicó con parsimonia, como buscando elegir las palabras adecuadas para explicar algo que no comprendía del todo-, el amor es todo menos predeterminado. El amor no solo es con la pareja, también con los amigos y la familia. Pero en el amor de la pareja el alma gemela siempre estará presente. El alma gemela no es una manera de controlar a los mortales, sino una manera de evitarles el sufrimiento. Las parejas discuten por sus diferencias, es normal, pero sólo con tu alma gemela podrás soportar todas y cada una de estas discusiones, porque ella llegará a comprenderte, pues su alma y la tuya son la misma, separada en dos cuerpos con dos visiones distintas del mundo. Por eso a una persona le costará ser feliz si comparte la vida con otra persona que no es su alma gemela.
Esta explicación rompió los esquemas de mi vida. Aquella visión del amor resolvería todos mis debates de porqué las personas más dispares están juntas, o por qué las parejas más maravillosas compuestas de dos personas buenas que se aprecian y tienen mucho en común rompían. Era sólo que el otro alma los llamaba. Entonces recordé mi visión bajo el sauce. Todas aquellas almas buscando encontrarse, buscando anhelantes aquella alma igual a la suya. Me estremecí. Imaginé lo difícil que sería hallar a su alma gemela a las personas sin la visión. Y una duda me asaltó la mente.
-Abuela, ¿mis padres son almas gemelas?
-Si.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque, cuando ves a una pareja de almas gemelas, las hijas de la diosa vemos un lazo de luz que liga a esas personas, pues las almas iguales se enlazan entre sí para formar una sola.
-¿Y cuando dos almas gemelas se unen lo saben?
-Si. Quizás no es tan teatral como en el cine para los que no son hijos de la diosa, pero, si te separas de esa persona, no serás feliz.
Mi estómago nos interrumpió gruñendo de nuevo. Mi abuela le contestó levantándose y poniendo delante de mi una ensalada y un par de filetes que aun estaban calientes. Comencé a devorar como si fuese mi última cena. Mi abuela, mientras tanto, simplemente me observaba con una sonrisa satisfecha.
-Estoy muy orgullosa de ti -me dijo.
-Si, siempre te encantó eso de que me comiese todo lo del plato. Pero es que tus comidas están deliciosas, abuela.
Ella se rió con ganas. Yo me sentí algo molesta. ¿Que es lo tenía tanta gracia? Puse cara de enfurruñada y la fulminé con la mirada.
-No te enfades, pero es que me encanta que seas a la vez tan madura y tan inocente. No me refería a como comes, sino a como lo has aceptado. A mi cuando mi tía me lo contó no la pude creer, y eso que ella hizo que el agua de un estanque formase una escultura mía. Desde luego era poderosa -dijo con la mirada clavada en un punto de la pared entre una lámina de Oxford Steet en 1956 y una fotografía de una planta de narcisos de color amarillo claro a la orilla de una charca. Pero su mirada del recuerdo parecía estar varios años atrás.
Volvió a clavar su profunda mirada en mí diciendo:
-Me encanta que te lo hayas tomado tan bien. Lo has aceptado, lo estás reflexionando y no me has tirado nada a la cara ni te has negado a verme. No puedo decir que yo hiciese lo mismo.
Me sonrió. Yo, sin embargo, bajé la cabeza y seguí comiendo mientras imploraba a... a... bueno, a quien fuese que dominase nuestros destinos para que mi abuela no se diese cuenta de mis sonrojos. Cuando el color de mi cara volvió a la normalidad, la miré y le dije.
-Abuela, espero que sepas que aun no he tomado una decisión con respecto a la diosa.
La miré. Siguió tan imperturbable como antes.
-Lo sé. Pero aun así estoy orgullosa, siempre lo estaré.
-¿Y si digo que no?
Seguía serena.
-Seguiré estando orgullosa. Siempre estaré orgullosa de ti siempre que en tu vida hagas todo guiándote por tu corazón. Si haces todo de corazón, siempre estaré orgullosa de ti.
No pude evitarlo. Me levanté rápidamente de mi silla y me lancé contra mi abuela para abrazarla, haciendo que casi calléramos las dos del asiento. Ella se limitó a corresponderme.
-Te quiero abuela.
-Y yo, mi niña.
Volví a sentarme en mi silla, culpándome de haber pensado tan mal de ella esa mañana. Ella, por su parte, fue hacia la nevera, situada a la izquierda de la ventana que ocupaba esta posición con respecto a las otras dos. Allí, de espaldas a mi, sacó algo de la nevera. Se dio la vuelta y me recibió con un enorme pastel de chocolate con 22 velas encendidas.
-¡Feliz cumpleaños! ¡Mi niña, ya con 22 años! -se secó una lágrima que se había escapado de uno de sus ojos.
¿Cómo era posible que se me hubiese olvidado mi propio cumpleaños? Bueno, la verdad es que el que recordase que una cálida noche del dos de mayo 22 años atrás yo hubiese nacido era una nimiedad comparado con lo que me había pasado en esas poco más de 24 horas.
Mi abuela puso la tarta delante de mi.
-Pide un deseo. Pero no lo hagas en voz alta o no se cumplirá.
Estaba claro lo que pedí: encontrar a mi verdadero amor antes de que pasase un año. Soplé las velas, que se apagaron con un solo soplido, así que, según la superstición, lo que había pedido se me cumpliría. Pero había pedido demasiados deseos que no se me habían cumplido, así que no tenía demasiadas esperanzas.
Mientras mi abuela quitaba las velas y partía el pastel, me dijo:
-Deberías llamar a tus padres y a tus abuelos. Me han llamado al móvil porque no contestabas el tuyo. Y apuesto a que cuando salgas a la calle, te saldrán mensajes de más gente.
-¿Qué les has dicho que me ha pasado?
-Que anoche no dormiste porque estrenamos el cenador, y, cuando ibas a acostarte, resbalaste con una hoja y te diste un golpe en la espalda, y por eso no has dormido. Y esta mañana, cuando se te pasó el dolor, dormiste.
-Que imaginación abuela.
Cogí un trozo de tarta. Era un bizcocho de limón recubierto de chocolate y fresones y relleno de una capa de crema y otra de mermelada de fresa. Una de las esquisiteces hiper calóricas de mi abuela. Le di el primer mordisco y fue como si en mi boca hubiese explotado el paraíso. Pero lo mejor de la tarta era el sabor de la mermelada.
-Abuela, ¿has pensado en comercializar esta mermelada? Te harías de oro.
-No creo que a la gente le hiciese gracia la fecha de la receta que imprima en la etiqueta. Me tacharían de mentirosa.
Entonces mi sueño me vino a la cabeza, y se lo relaté a mi abuela. Esta me miró ceñuda, y no me interrumpió hasta que acabé de contárselo.
-Amelia, creo que has tenido una visión del pasado. Todo lo que me cuentas coincide con uno de los conventos de nuestra orden. El árbol bordado en las túnicas corresponde al árbol natalicio de cada una. Y la franja de edad es el periodo en que las niñas estaban con sus padres, hasta que llegaba el momento de su iniciación.
-¿Esas niñas encontraban el amor a los 10 años?
-12. Eran otros tiempos, las niñas se casaban muy jóvenes.
-¿Y no dices que el sujeto del que te enamoras puede estar en cualquier lugar del mundo? ¿Entonces por qué les resultaba tan fácil encontrarlo?
-Porque cuantas más facilidades tiene a su alcance el enamorado para encontrar a su amor, más difícil se hace este de encontrar. Pero recuerda que siempre en la medida de las posibilidades. Para lograr el amor hay que arriesgar, pero luego la recompensa es mayor. En esa época no se podían desplazar a largas distancias: ellas tenías que vencer barreras sociales, enfrentarse a la sociedad o tener que luchar contra matrimonios de conveniencia. Ahora s a olvidado todo eso, pero se puede viajar lejos, aunque es dificil. Pero no es imposible, ahí esta la clave.
De nuevo todo tan estúpido y a la vez tan lógico. Pero, ¿acaso no era así el amor? No, el amor podría ser estúpido, pero no lógico. Era loco, apasionado, voluble e incluso iriente, pero no lógico. Sin embargo, desde la perspectiva de su abuela, o mejor dicho, desde la perspectiva de las adoradoras de La Diosa, se podría ver cierta lógica no en el amor entre personas, sino en la naturaleza misma del amor como concepto universal.
De nuevo me dolía la cabeza. Cogí otro trozo de tarta y miré a mi abuela, que seguía con el ceño fruncido y con la mirada perdida apuntando contra la luna, que se asomaba a la habitación desde la ventana del centro.
-¿Te pasa algo, abuela?
-No querida, es solo que me ha sorprendido el hecho de que tuvieses una visión.
-¿No te ha pasado nunca?
-No, como en todos lados hay especialización. Yo, por ejemplo, soy una Sanadora, es decir, esperta en la curación de humanos y animales. Tu debes de ser una Vidente. Pero eso ya lo veremos si decides entrenarte para el culto de la gran madre.
Cada vez me dolí más la cabeza. Me llevé las manos a las sienes y comencé a masajearlas.
-Si te duele, ve a añarte. ¡Se me había olvidado contártelo! Ya han terminado la piscina. si quieres puedes ir a estrenarla. O darte una ducha. Sé lo mucho que te relaja el agua.
Sentía un agradecimiento profundo porque mi abuela me conociese tan bien. Me disponía a salir por la puerta cuando mi abuela puso una mano sobre mi hombro. Me giré y me dijo:
-Aun no te he dado mi regalo de cumpleaños.
-Abuela, no tienes que darte nada. Con la tarta ha sido más que sufciente.
Ignorándome, mi abuela se llevó las manos al cuello y se desató uno de los múltiples colgantes que llevaba. Y cuando vi cual era, se me heló la sangre.
-No puedo aceptarlo, abuela. Es tuyo, significa mucho para ti.
-Por eso se lo doy a la persona que más significa para mi. Cójelo.
Pero como vio que no estaba dispuesta a aceptarlo, me cogió la mano y dejó el colgante de oro que parecía una moneda, el que era herencia de su familia, de mi familia. Cerró mi mano en torno a la joya y me dio un beso en la frente.
-Muchas gracias abuela.
Me sonrió, y volví a darme la vuelta para dirigirme a mi dormitorio a coger el movil y ponere el bikini cuando me di cuenta de algo.
-Abuela, ¿como has encendido las velas de la tarta si no tenías ni cerillas ni tiempo y acababas de sacarla de la nevera?
Me miró divertida.
-¿De verdad quieres saberlo?
Mi respuesta fue contaer la cara en una mueca de disgusto y darme la vuelta rumbo a mi habitación.


Ups, creo que me he pasado un montón. Lo siento. Un besazo y un abrazo:
DCAC

jueves, 10 de septiembre de 2009

Semana "vivo sin vivir en mi"

Hola a todos, queridos amigos. En primer lugar, lo siento muchísisisisisisisisisisisisisisisisisisisisisisisissisisisisisimo.
Siento no haber escrito, siento no haberos leído ni comentado, pero es que estaba como si un camión hubiese pasado por encima de mi alma, y las musas, en vez de quedarse a mi lado esperando a que mi esencia despertase mientras mi mente crease historias bajo su influjo, y así consiguiera evadirse del dolor del alma pisoteada por un peso muerto de hechos no relacionados, huyeron de mi por el miedo que les causó ver mi mirada vacía.
La apatía se apoderó de mis huesos como si de la helada lluvia de invierno se tratase, transformando todas y cada una de mis intenciones de salir de ahí en una mera y burda imitación de lo que en realidad deberían ser. Ver una película, contemplar imágenes burdas y sin sentido y sentir como las palabras se transforman en ininteligibles gruñidos o en un conglomerado sin sentido; leer, ver como las letras se van perdiendo unas entre las otras, como si fueran personas en extrañas posiciones ejecutando una aun más extraña danza; el escribir, sin que Las Nueve cantaran palabras en mi oído me era una tarea ardua como buscar una aguja en un pajar; hablar con mis amigos era como escribir una carta en un idioma que sólo chapurreas, es decir, solo puedes usar palabras simples e ideas sencillas, y como está a distancia ellos solo pueden intuir lejanamente lo que te pasa. Todo es una carga.
No se lo que la ha provocado: tal vez en estrés post vacacional que me ha aparecido antes de que terminen las vacaciones, a lo mejor una situación algo tensa entre mis amigos, que me he encaminado a la oscuridad del péndulo de mi vida o tal vez un poco de todo, pero el caso es que estoy fatal.
Lo único que he conseguido hacer es meterme en mi propio fango y pegarme unos tremendos hartones de llorar escuchando música, o leyendo vuestros blogs cuando me armaba de valor. Hacía mucho que no lloraba. Por las noches también lloraba, porque (y para decir esto he de armarme de valor) últimamente no me siento querido porque no dejo que me quieran.
De mi familia por supuesto que siento el amor. Y de mis amigos, siento que me aprecian, y que se preocupan por mi, pero d niño nunca me gustaron las muestras de afecto porque si, y ahora me arrepiento. Siento que los voy alejando de mi sin remedio por mi personalidad agreste (humor negro, frialdad, bromas de pésimo gusto, sarcasmo) y por mi falta de vida. Explico esto: no me gusta salir los sábados, como todos sabéis, así que mi vida social es bastante más pequeña que la de ellos. Además, nunca me he enamorado ni tenido pareja, así que soy el que falto. Es como si el estigma que se creó en en instituto sea transmitido a ellos por accidente. Creo que piensan que soy una especie de androide, y no les doy razones para que piensen otra cosa.
Soy, en resumen, una víctima d mi mismo, un mártir por una causa de la que yo he sido legislador, fiscal, juez y jurado, y me he condenado a mi mismo.
Para colmo está mi especial gusto por el arte dramático. Le confesé esta capacidad por ser honesto con ellos, para que no hubiese trampa ni cartón, y ahora me juzgan y critican por ello. Tenía que haberme quedado callado, pues con ellos no me gusta usar este "don" (a falta de mejores palabras para nombrarlo) a menos que sea necesario por el bien de todos (soy maquiavélico).
También es cierto que podríais llamarme falso, lo acepto, pero nunca lo he sido para hacer daño a nadie. Lo he sido para consolar a un amigo. Lo he sido para evitar una pelea. Para cambiar un examen. Para ayudar con los deberes a un compañero. Para evitar una disputa con alguien que no me ha hecho nada pero que no es especialmente santo de mi devoción. Para no preocupar a nadie cuando no tengo ganas de nada. En mi opinión, es injusto que me juzguen por eso.
A toda esa carga hay que sumar pequeños "problemillas" con mis amigos (ajenos a los que os he contado). No tengo poder para hablar de ello, pero solo puedo deciros que son dos problemas que se han multiplicado para formar 5.
Y además de eso tengo la semana off, sensible y espesa, todo junto, así que imaginad todo ese revoltijo. Espero que esto os sirva de escusa por no escribir, ni comentaros (aunque he intentado leeros, de verdad, aunque, como ya os he dicho, muchas veces no lo he conseguido).
Espero que ahora todo sea diferente, pues ayer el mal alcanzó su punto álgido, y hoy parece que estoy mejor (incluso las musas han pasado a visitarme). Ahora estoy tirando de los mejores bálsamos que conozco (por si acaso): leer Romeo y Julieta e inventar historias.
Hablando de historias: gracias a todos los que me habéis apoyado con mi Absurdo Relato. Pronto intentaré publicar otra entrada. Y después habré cumplido mis Entradas de Oro. Sé que para vosotros será una banalidad pero para mi es muy importante, porque es mi primer blog y porque nunca esperé llegar tan lejos. Os invito a todos a venir; habrá tarta y todo (xD). Y aprovechando esta circunstancia, voy a entregar los premios que me han dado, y que no me había enterado que tenía que dar. Y también tengo que pasar un reto.
Gracias por escucharme. Siento haberos molestado y haberme hecho el mártir, pero lo necesitaba. De nuevo, lo siento. Prometo que entre hoy y mañana intentaré ponerme al día con vuestras entradas.
Un abrazo a todos:
DCAC

martes, 1 de septiembre de 2009

Cuarta parte de mi absurdo relato

-Mi niña, la diosa te ha elegido, te ha aceptado y te ha hecho el más grande de los regalos. Ahora sólo queda que decidas si quieres unirte o no a ella.
La miré, y supe que ahora me tocaba hablar a mi: era la hora de mis preguntas.
-Abuela... ¿que... que... ha sido eso? -tartamudeé, no sabiendo que decir.
Ella sonrió, me tomó delicadamente del brazo y me llevó a sentarme de nuevo al borde del estanque.
-Eso, querida, ha sido una muestra del poder que la diosa confió a nuestra familia para que cumpliésemos nuestro cometido.
-¿Cuál es ese cometido? -pregunté alarmada.
-Tranquila. Nuestro cometido es cumplir tres puntos: proteger la sabiduría ancestral, proteger la naturaleza y, lo más importante, ayudar a las personas con problemas que deriven o atenten contra la naturaleza.
Estaba ensimismada. Aquello empezaba a parecerme demasiado natural. Todo el temor que me había invadido estaba comenzando a esfumarse, se disipaba como la matinal bruma cuando el sol comienza a cabalgar hacia el cenit, y se metamorfoseaba en una profunda curiosidad por lo que acababa de descubrir que era, o mejor dicho, podría llegar a ser.
-¿Abuela, a que te refieres con eso?
-Que podemos curar enfermedades, prestar consejo, ayudar a superar una pena... Siempre que todo sea natural y que el hecho de ayudarlo o la acción que provocó su estado no sean un atentado contra la propia naturaleza.
-¿Y que podemos hacer para ello?
-Podemos vaticinar catástrofes naturales, a veces evitarlas, curar enfermedades de animales, plantas o personas... Pero eso no es lo importante ahora.
Si lo de curar enfermedades me había impresionado, aquello de vaticinar y evitar catástrofes naturales me quedó totalmente descolocada. ¿Y además decía que aquello no era lo importante? Comprendí que mi abuela no quería que quedase en estado de shock como antes, así que continué haciendo preguntas:
-¿Desde cuando se sabe que se remonta el culto a la diosa?
-Si quieres pruebas, mira esto -dijo quitándose un colgante que tenía en el cuello. Era una especie de moneda de oro. Era muy fina, y tenía varios grabados de corte celta, y una fina cadena de runas a su alrededor. Teniendo en cuenta lo tosco de las tallas, lo desvencijado del oro, su color (a pesar de la casi nula corruptibilidad del mismo), la devastación de los bordes y la apariencia de las runas y la desaparición de esta tras la imposición del latín por parte de los romanos, tasaba este medallón de antes del año 1100. Por supuesto no podía estar segura: podía ser una falsificación, o ser de una época posterior, pero dudaba que fuese así. Aquella moneda era como mucho del siglo segundo o tercero.
-Pero, abuela, esto tendría que estar en un museo.
-Es un legado familiar, no voy a donarlo. Pertenece a nuestra familia desde el siglo primero. Creo que lo forjó una antepasada nuestra que se llamaba Muireann, irlandesa, experta en forja, consagrada a Dana y a la diosa Belisama, diosa del fuego, del arte y de la forja. Era famosa también por su forma de nadar, y en el siglo VI se puso su nombre a una sirena capturada en su honor. Por desgracia, la historia la ha olvidado. Una gran mujer, sin duda, como todas en su familia.
Me quedé mirándola con la boca abierta. ¿Me acababa de relatar una historia del siglo I? No era posible: la escritura no estaba muy extendida, y los celtas (sobre todo los druidas) no dejaban nada escrito, por miedo a que la información cayese en "malas manos". Compartí estos pensamientos con mi abuela, aderezados con algunos conocimientos que tenía de esa época, lo que me hizo quedar como si fuera un poco pedante, pero mi abuela lo ignoró y me respondió:
-Nosotras no somos druidesas, al menos no es lo principal en nosotros. Las adoradoras de la diosa somos anteriores, y nuestros misterios no son secretos porque no los hayamos registrado, sino porque sólo nosotras o nuestras parejas podemos leer. Es un lenguaje transmitido de generación en generación.
-Pero todos los textos fueron quemados durante la conquista romana o la expansión del cristianismo. Y el culto pagano quedó prohibido y erradicado, imitándose a algunos pequeñísimos grupos marginales que terminaban siendo descubiertos. ¿Cómo sobrevivisteis?
-Según parece, la cosa fue así: al principio sobrevivieron escondidas en los bosques, pues los cristianos no tenían otra opción de ser tolerantes con una cultura imperante. Así que optaron por convertir a Dana en Santa Ana, la madre de Santa María. El pueblo dejaba de creer en Dana y nosotras podíamos rezar y trabajar tranquilas, siempre que no habláramos de Dana ni practicásemos en público nuestros ritos y oraciones. Después todo se hizo más férreo, y quisieron borrarnos del mapa, pero teníamos una basa: sabíamos escribir. Esta característica era muy valorada en aquella época. Además sabíamos forjar, cocinar y preparar remedios de hierbas, por tanto éramos muy valiosas. Así que simplemente nos encerraron en clausura en una serie de conventos en las localidades en las que vivíamos, destinadas a surtir as arcas papales con libros y armas, y a ayudar a las gentes con remedios y a los pobres con comida. No teníamos hospederías como los monjes masculinos. Éramos las hermanas de Santa Ana, y estábamos vigiladas por sacerdotes locales para que abandonásemos esas "prácticas del demonio". Pero, como nuestra labor era de ayuda, siempre habíamos salvado a alguien de la familia de esos sacerdotes, así que se dedicaban a hacer la vista gorda con nosotras. Seguíamos escapándonos del convento para casarnos, y, cómo sólo teníamos hijas, nos limitábamos a criarlas en el convento alegando que eran niñas abandonadas. Cuando los obispo y cardenales mandaba a sacerdotes extranjeros para controlarnos, nos limitábamos a sacar del convento a las hermanas embarazadas por os mismos túneles subterráneos por donde escapábamos para estar con nuestros maridos. Y así sobrevivimos hasta que el liberalismo declaró la libertad de culto, cuando dejamos el convento y seguimos adorando a Dana por separado y en la clandestinidad, por si acaso. La sabiduría estaba contenida en libros copiados durante siglos y escondidos en los palacios del norte donados por las familias acabadas a las que habíamos salvado en alguna ocasión. Estos palacios fueron heredados por las matriarcas (pues cada vez éramos menos numerosas). La matriarca que me transmitió todo lo que sé era mi tía abuela, Nerys, y ni sus hijas ni sus nietas tuvieron poderes, al igual que mi madre, sus otras hermanas o mis propias hermanas. Ella tenía uno de los llamados "Castillos de la sabiduría", castillo que he heredado y estudiado, y, que si aceptas, será tuyo cuando yo muera.
Aquella sobrecarga de información me quedó sin poder reaccionar durante más de 10 minutos. Asimilé cada palabra, cada hecho, viajé mentalmente por la historia, viendo una congregación femenina sobrevivir a una sociedad con una misoginia e intolerancia religiosa pasmosas. Una congregación de la naturaleza, con espíritus libres como los ríos enclaustradas tras paredes de durísima piedra. Y luego escapando a través de túneles para reunirse con sus amores prohibidos, y regresando embarazadas. Y esas niñas, criadas son casi ver a sus padres, en una congregación que desde niñas las preparaba para soportar la responsabilidad de unos poderes enormes y conservar el culto de una diosa ancestral, diferente a las divinidades en las que creían de puertas para afuera.
Pero había algo que me sorprendió más: hablaba de "nosotras". Al principio se había esforzado por hablar de "ellas", pero poco después se le había olvidado este dato y se había saltado a la primera persona del plural, atentando así contra la concordancia y contra mi sentido común. Una idea al principio absurda pasó por mi cabeza, y me hizo preguntar algo entre titubeos.
-¿Abuela, por qué hablas de "nosotras"? Es que acaso eres... eres...
-¿Inmortal? -completó mi abuela, expectante.
-Si, o te has reencarnado de una vida pasada, o algo así -terminé de decir, titubeante. Me arrepentí de mi pregunta en el mismo instante en el cual la terminé. ¿Y si no e gustaba la respuesta?
Mi abuela se rió de nuevo cantarinamente.
-¡No, mi niña! Por suerte ni soy inmortal ni (que yo sepa) una reencarnación de una de nuestras familiares. No, Amelia, hablo de "nosotras" porque en nuestra familia siempre hemos sido antes el "nosotras" que el "yo". Siempre hemos sido la familia por excelencia, preocupandonos por los demás, y en especial entre nosotras. Siempre sabiendo lo que nos pasaba, siempre sabiendo lo que la otra iba a decir... Sin secretos, sin miedos entre nosotras, cada una siendo una prolongación de la otra, pero cada una con su personalidad propia. El secreto está en que en nuestras personalidades está la tolerancia, y por tanto nunca discutíamos acaloradamente, y si lo hacíamos, nos perdonamos presto, así que nunca nos separamos. Por eso me siento ligada a las hermanas de todas las épocas como me siento ligada a las que aun viven.
-¿Cuantas tienen poderes?
-De la rama familiar fundada por la madre de mi tía Nerys sólo yo como matriarca, y si tu quieres, tu como hermana. Se dividieron en un momento en 10 matriarcados, de los cuales 2 se extinguieron, y de los otros, están 5 matriarcas sin aprendizas, una matriarca con aprendiza y, de las dos restantes, una comparte el culto con una hermana y otra con siete. Pero, cuando hablaba de las hermanas que aun viven, me refiero a nuestras familiares en general.
-¿Que diferencia hay entre aprendizas y hermanas?
-Que las hermanas se han formado o empezado a formarse, y para eso sólo hay una forma: encontrar el amor. Y ahí es dónde entra el sauce.
Me quedé a cuadros. ¿Cómo era posible que me hubiese olvidado del sauce?
-Abuela, ¿que tiene que ver el sauce, mi sueño, la diosa y todo lo demás?
-Simple, todo está conectado. Cuando la diosa elige a una de sus nuevas hijas les manda una visión en la que les muestra a su verdadero amor.
Me quedé un poco apabullada, pero había recibido tantísimas emociones y sorpresas por un día que me limité a aceptar una solución medianamente lógica tendiendo en cuenta las revelaciones recibidas por ese día.
-¿Simplemente les manda una visión? ¿Así? ¿Sin más? ¿Entonces que tiene que ver el sauce en todo esto?
-Como siempre, tu inteligencia me sorprende, querida niña. ¿Que día fue ayer?
-Uno de mayo, creo. ¿No es el uno de mayo un día de festividad para los celtas?
-Has hecho los deberes, querida -me dijo con una sonrisa de satisfacción-. Si, el uno de mayo se celebra Beltane, fiesta del dios Beleinos, dios de la luz y del fuego. La parte de la luz es la que nos interesa, pues a partir de ese día y hasta el 31 de octubre, era la luz la que dominaba el mundo. Además, era una fiesta de suerte, salud y fertilidad, y en ella se coronaba a la reina de mayo. En nuestra familia, es en este día cuando se comprueba quien tiene o no las facultades para unirse activamente al culto de la gran madre.
-¿Y que hay que hacer?
-Saltar sobre las llamas, y después tu cuerpo se induce en un leve trance, que te lleva hacia tu árbol natalicio según el horóscopo celta. Y ahí, bajo las ramas del árbol (en tu caso el sauce), aparece la visión.
-Abuela, ¿desde cuando salté yo sobre las llamas?
-Debo decirte -una sonrisa traviesa iluminó la cara y los ojos de mi abuela- que hice un poco de trampa en ese sentido.
La miré, intentando recordar cuando había saltado una hoguera por intercesión de mi abuela.
-¿Te acuerdas de la barbacoa que hice ayer para desayunar?
-Si, ¿por qué?
-Bueno, pues esparcí alguna brasas por el suelo del patio, ante el camino de la barbacoa, y tu pasaste por encima de ellas. Según parece, eso contó como salto.
La miré entre impresionada, divertida, agradecida y molesta. Su abuela la había puesto a prueba.
-Abuela, ¿por que no me dijiste esto anteayer, antes de hacerme pasar sobre las brasas?
-Simple y llanamente porque a tu madre no le gustaba la idea. Si en realidad no estabas destinada a ir tras la diosa no pasaría nada y tu madre no se enfadaría conmigo. Pero si estás destinada, tienes todo el derecho del mundo a saberlo y a elegir la salida que mejor te parezca.
-Volviendo al sauce, abuela. ¿Fue real? ¿Esa persona existe?
-Desde luego. Es tu alma gemela. Cada persona tiene un alma gemela. Un pedazo de alma que es igual a la suya, y que su misión es estar juntas para ser felices. Eso es lo que muestra el sauce, a tu alma gemela. Y no solo la muestra. Es como una especie de llamada de atención. Ella sabe que existes, y ambas almas empezareis la búsqueda, para que así sea más fácil encontraros.
-Entonces no todo el mundo puede encontrar a su alma gemela, ¿no?
-Para las hijas de la Tierra es más fácil, eso es totalmente cierto, pero todas las personas la encuentran, al menos los que tengan alma gemela. De hecho, si no se encuentran en esta vida, ambas almas se reencarnarán, pues sólo habiéndose encontrado podrán llegar al Descanso del Alma, que es como suelo llamar a la vida después de la muerte.
Decidí dejar el tema de la vida después de la muerte lo más alejado de nuestras conversaciones posible. Pero hubo un dato que si me llamó la atención.
-Abuela, ¿que quieres decir con eso de "al menos los que tengan almas gemelas"?
-Cuando una persona comete el acto de traicionar y jugar con los sentimientos de las personas, pierde el derecho a un alma gemela. Cuando esto sucede, la que estaba destinada a ser su alma gemela sufre una especie de cambio radical en su vida, un cambio de sentimientos, intereses, actitudes, y resulta emparejada con otro alma que haya sido separada de un alma pérfida. En cuanto a las almas pérfidas, están condenadas a reencarnarse hasta que enmienden su error y se ganen el derecho a tener un alma gemela.
Asimilé nuevamente en silencio esta afirmación.
-Abuela, ¿como podré encontrar a mi alma gemela?
-Cuéntame tu visión.
Le conté todo sin omitir ningún detalle. Mi abuela me escuchó impasible, y cuando terminé me tomó de la mano.
-Mi niña, tu visión denota una pena muy intensa. ¿Estabas deprimida cuando la tuviste?
Bajé la cabeza, avergonzada, y para ella mi silencio fue una respuesta.
-Lo siento mucho, mi niña, no tienes que avergonzarte. Ahora todo está bien.
Me estrechó contra su pecho, y una silenciosa lágrima resbaló por mi mejilla. Ella me la secó con el dorso de su mano.
-Tranquila , querida, hora sólo tienes que encontrar a esa persona, y la felicidad llegará a tu vida.
-Abuela, esto es demasiado para mí -me sentí totalmente desbordada. No podía más-. No soy capaz de soportar nada más.
-Tranquila, mi niña -me susurró en el oído-. Ve a casa y duerme. Todo saldrá bien.
Me levanté, y me alejé dando tumbos hacia la casa. Entonces escuché como hablaba con Dana justo antes de atravesar la cristalera.
-Suerte que no he hecho nada más impresionante. ¿Crees que me he pasado con lo de las serpientes?
Entré en la sala tras escuchar un lastimero sonido de la gatita y me tiré en la cama. Mi cerebro estaba agotado, así que decidí tomarme una pastilla del cajón de mi mesilla de noche y asegurarme así el sueño. Lo último que recuerdo antes de cerrar los ojos fue el peso de Dana sobre mis pies.


DCAC